viernes, 27 de marzo de 2020

LECTURA: La cebra de cartón.


La cebra de cartón

Había una vez…Una cebra de cartón que vivía en una enorme casa sobre un alto estante. Se pasaba días y noches allí sentada observando todo lo que pasaba a su alrededor.

Desde su sitio podía ver el salón y la cocina y todo lo que allí ocurría. También tenía acceso al gran ventanal que iluminaba la sala, por el cual se veía la calle y todo al que pasaba por allí.

En la casa vivían un padre y su hijo de 16 años, eran tranquilos, así que la pobre cebra de cartón no tenía mucho entretenimiento.

Salían por la mañana, el padre iba a trabajar y el chico al instituto, y luego llegaban tarde y no aparecían por el salón hasta la hora de cenar.

Era a esa hora cuando la pequeña cebra podía distraerse un poco, escuchando las historias que se contaban ellos dos mientras cenaban.

Pero durante el día, pegaba su naricita negra al cristal de la ventana y se imaginaba saltando al otro lado y viviendo emocionantes aventuras por todo el mundo.

Un día, estaba observando a los coches pasar, cuando un enorme camión paró enfrente de su ventana. La pequeña cebra de cartón se acercó más a la ventana y descubrió que era un camión de mudanzas.
¿Mudanzas? ¿Quién se irá? Bueno, al menos tengo algo con lo que distraerme – pensó.
De repente, la puerta de su casa se abrió y el dueño entró acompañado de cuatro hombres más a los que daba indicaciones.

Entonces lo comprendió todo, los que se mudaban eran ellos.
¿A dónde iremos? ¿Dónde me pondrán? ¿Tendré una ventana cerca? ¿Será grande?… – Se preguntaba inquieta sin saber qué pasaría.

Pero lo que la pobre cebra de cartón no se imaginaba, es lo que en realidad le ocurriría… pues por fin llegó el día de marcharse a la nueva casa, y la pequeña cebra esperó y esperó su turno mientras veía a sus dueños recoger las últimas cajas.

Cuando ya no quedaba ni un papel por recoger, la pequeña levantó el hocico esperando que la llevaran por fin con ellos, pero no fue así.

Padre e hijo recorrieron toda la casa, habitación por habitación comprobando que estaba todo vacío y no olvidaban nada. Revisaron los baños, el despacho y la terraza, después llegaron al salón y a la cocina, miraron a la cebra de reojo, sin moverse, y salieron por la puerta sin mirar atrás.

Allí se quedó la pequeña cebra de cartón, sola, sentadita en el borde de su estante, viendo cómo se marchaban a través de la ventana.

Agachó la cabecita para no verles partir, mientras lloraba sobre sus patitas de cartón, que se ablandaban con sus lágrimas.

Pero afortunadamente, su tristeza no iba a durar mucho.

A la mañana siguiente, la cebra de cartón seguía con la cabecita agachada pensando en lo que iba a ser de ella, cuando de repente escuchó ruidos de llaves en la puerta.
¡Vuelven a por mí! – pensó
Pero cuando la puerta se abrió no podía creer lo que estaba viendo: ¡Una familia cargada de maletas estaba entrando en su salón!

Primero entró el padre, acompañado de la madre, después entraron una chica y un chico que corrieron hacia las habitaciones gritando – ¡esta es mi habitación, esta es mi habitación! –
Y entonces apareció una niña con una maleta de ruedas y mirando a todos lados. Estaba callada y tenía los ojos muy abiertos observando su nuevo hogar.

De repente vio a la cebra de cartón, sola en la estantería, sonrió y corrió hacia ella.
¡Dámela por favor, que no llego! – Rogaba a su padre

Su padre cogió a la cebra de cartón, le pasó la mano por encima para quitarle el polvo y se la entregó a su hija.

La niña la miró, la abrazó y nunca jamás se volvió a separar de ella, se la llevó a su habitación y la colocó junto a su cama. Todas las noches le contaba historias y por el día se la llevaba a pasear.

La pequeña cebra de cartón era muy, muy feliz con su mejor amiga, con la que vivía sus aventuras soñadas y nunca, nunca más volvió a sentirse sola.

FIN

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