El dibujo
parlante
Pintín Tilirín era un niño
pequeño que disfrutaba yendo al cole y haciendo cualquier cosa, menos pintar y
escribir. A Pintín no se le daba muy bien eso de usar los lápices, así que sus
dibujos no le salían muy bonitos y él se disgustaba y no quería seguir
pintando. Pero un día, Pintín encontró un lápiz de colores tan chulo, que no
pudo resistirse y se puso a pintar un círculo. Como siempre, no le salió muy
bien, y ya estaba a punto de tirar el lápiz cuando el dibujo comenzó a hablar:
- Pss, no irás a dejarme
así, ¿verdad? Píntame unos ojos por lo menos.
Pintín, alucinado, dibujó
dos puntitos dentro del círculo.
- Mucho mejor, así ya puedo
verme - dijo el círculo mientras se observaba... - ¡¡¡Argggg!!! ¡Pero qué me
has hecho!
El niño comenzó a excusarse:
- Es que yo no dibujo muy
bien...
- ¡Bueno, no pasa nada! -le
interrumpió el acelerado dibujo-. Seguro que si lo vuelves a intentar te sale
mejor ¡Venga, puedes borrarme!
Pintín borró el círculo y
trazó otro nuevo. Como el anterior, no era muy redondo.
- ¡Ey! !Los ojos, que se te
olvidan otra vez!
- ¡Ah, sí!
- Hmmm, creo que voy a tener
que enseñarte a pintar hasta que me dejes bien -dijo el muñeco con su vocecilla
rápida y gritona.
A Pintín, que seguía casi
paralizado, no le pareció mala idea, y enseguida se encontró dibujando y
borrando círculos. El muñeco no paraba de decir, "borra aquí, pero con
cuidado que duele", o "¡píntame un poco de pelo, anda, que parezco un
chupa chups!", y otras cosas divertidas. Después de pasar juntos casi toda
la tarde, Pintín ya era capaz de dibujar el muñeco mucho mejor que la mayoría
de sus compañeros de clase. Estaba tan contento, que no quería dejar de pintar
con aquel profesor tan chiflado y, antes de acostarse, le dio miles de gracias
por haberle enseñado a pintar tan bien.
- ¡Pero si yo no he hecho
nada, tontuelo!- respondió con su habitual tono acelerado-. ¿No ves que has
estado practicando mucho y con alegría? Seguro que nunca antes lo habías hecho,
¡pintabichos!
Pintín se paró a pensar.
Realmente antes dibujaba tan mal que nunca había practicado más de 10 minutos
seguidos, y siempre lo hacía enfadado y protestando. Sin duda, el muñeco tenía
razón.
- Bueno, tienes razón, pero
gracias de todas formas- dijo el niño y, antes de meterse en la cama, guardó
con mucho cuidado el lápiz en su mochila.
A la mañana siguiente,
Pintín se levantó de un salto y fue corriendo a buscar su lápiz, pero no
estaba. Buscó por todas partes, pero no había rastro del lápiz. Y la hoja en
que había dibujado el muñeco, aunque seguía llena de borrones, estaba blanca.
Empezó a ponerse nervioso, y ya no sabía si había estado toda la tarde anterior
hablando con el muñeco o lo había soñado. Así que para salir de dudas, tomó un
lápiz y una hoja, y se puso a dibujar un muñeco...
No le salió nada mal, sólo
se le torcieron un par de esquinas; entonces se imaginó al muñeco mandón
pidiéndole que redondeara esos bordes, que parecía que le quería poner granos,
y con alegría borró ese tramo y lo rehizo. Y se dio cuenta de que su loco
dibujo tenía razón: daba igual o no tener el lápiz mágico, para aprender a
hacer las cosas bastaba seguir intentándolas con alegría; y desde aquel día,
cada vez que pintaba, dibujaba o hacía cualquier otra cosa, no dejaba de
divertirse imaginando el resultado de su trabajo protestando y diciendo
"¡arréglame un poco, chico, que así no puedo ir a la fiesta!".
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